GRUPO CONSULTOR PARA LA GESTIÓN DEL ESPACIO PÚBLICO
   
   
Arquitectura del espacio social.

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Desde la remota antigüedad los hombres se apropiaron del espacio público y desplegaron en él su vida comunitaria. En la ciudad contemporánea esto no ocurre. El carácter colectivo de la vida urbana ha sido desplazado por la cultura surgida de las actividades económicas.

El espacio social está dominado por al tránsito ruidoso y polucionante de los vehículos. Los habitantes quedaron relegados a las veredas, angostas fajas peatonales, de las que pueden bajar cuando lo autoriza una luz verde.
- Con la exclusión del hombre del espacio público, no sólo se ha cercenado la vida urbana. Se han perdido los ámbitos de la verdadera democracia, la participativa, donde la población se convoca para opinar, discutir y organizar sus actividades. Con ello, se han debilitado los estímulos para la creación colectiva.

· Quizás estamos haciendo ciudad, pero ¿estamos haciendo vida urbana?... · No podemos decir con propiedad que hay una arquitectura o un espacio democráticos, pero si que existe una arquitectura para la democracia, que incluye organizaciones espaciales adecuadas para albergar la participación. En sentido contrario, existen arquitecturas desalentadoras de la comunicación y de la vida democrática, que espacializan un sistema de vínculos basado en el autoritarismo, sostenidos por la represión y al manejo tendencioso de la información... Hay una fuerte relación entre la calidad de la vida colectiva y la configuración del espacio social.

Nuestro objetivo principal es profundizar en esta cuestión y examinar los enfoques proyectuales capaces de estimular la vida colectiva. Aunque la práctica social no se produce sin la voluntad de llevarla a cabo, su éxito depende también e la existencia de una espacialidad que promueva el encuentro y facilite la reunión...
Si entendemos el espacio social come al conjunto de ámbitos que albergan la vida colectiva, queda incluido el espacio arquitectónico.
De aquí emerge una idea de arquitectura-ciudad come continuidad del espacio social, configurando lugares interiores del espacio urbano...
Este libro ha sido pensado para arquitectos, futuros arquitectos, políticos, funcionarios, vecinalistas, comunicadores sociales, profesionales de las ciencias sociales y, en general, para quienes valoran la participación democr8tica y tratan de avanzar hacia la integración de la vida urbana.


Inserciones: La puesta en contexto
1. Inserción del espacio barrial en el contexto urbano

La geografía urbana suele definir al barrio como un sector de la ciudad físicamente delimitado, funcionalmente estructurado y socialmente configurado.
En las aglomeraciones chicas, las nociones de ciudad y barrio se igualan; la ciudad es el barrio. Pero en las ciudades mayores se extiende un tejido complejo que incluye episodios que, por destacados o por difíciles de trasponer, demarcan sectores dentro de la ciudad.

Nos referimos a las avenidas de tránsito rápido, autopistas, vías del ferrocarril, cursos de agua y a ciertos grandes vacíos del tejido, como los parques, cementerios y áreas deportivas.

La dimensión del área barrial no puede exceder al abarcamiento vivencial que tiene al habitante de su territorio cotidiano. Pertenecer al barrio significa, entre otras cosas, reconocer su territorio y sentirlo como propio.
Cuando al sector demarcado por las circunstancias de la geografía urbana resulta demasiado extensa, su población no puede constituirse en conjunto social, al área la excede, y se presenta la necesidad de dividirla en dos o más territorios barriales.

Pero ¿cómo puede configurarse un barrio sin recurrir a una demarcación clara?
Aquí intervienen dos nuevos elementos estructurantes:
la claridad del tejido y el carácter del área central. Los barrios más integrados son, naturalmente, los que reúnen las tres condiciones: límites físicos bien establecidos, tejidos bien estructurados y fuertes centros de convergencia. Allí se perciben con claridad la imagen física del territorio y al funcionamiento de la comunidad barrial.

¿ Cuál es la medida, la dimensión posible en la que el territorio barrial es percibido como propio por sus habitantes?
También esta cuestión se relaciona con el poder demarcatorio de los límites y con las características del entorno barrial. Un río constituye un limite más recordable que una avenida.

Un entorno rural define al área barrial con más precisión que un tejido urbano. Pero probablemente, la pauta más importante surge de la peatonalidad. Si se puede ir caminando, estamos en el barrio. Al ascender a un medio de transporte, se interrumpe la continuidad espacial del territorio y la continuidad de nuestro tiempo personal.-Al descender nos sentimos en otro territorio: hemos viajado. Este sentimiento no se registra en la vida rural, porque un viaje a caballo no fragmenta la percepción del territorio.

Las distancias peatonales han constituido históricamente un criterio para la configuración poblacional del territorio. Hasta la aparición del ferrocarril la distancia entre los poblados de la Europa Central era la que un caminante podía recorrer en un día, ida y vuelta. Las aldeas surgieron espontáneamente separadas por esta distancia. El criterio de la peatonalidad también ha funcionado para dimensionar los sectores urbanos que, como el barrio, deben responder a la escala humana.


Para arriesgar un orden numérico, podemos pensar en un sector de ó00 metros de radio trazado alrededor del área central, distancia variable según el carácter cultural de su población, la topografía del lugar, las características del entorno, la significación de sus límites geográficos y la importancia de su centro. En el único barrio de una ciudad pequeña, el territorio integrado puede ser mayor que en cualquier barrio metropolitano.

Una tarea principal del relevamiento con el que se inician los estudios para la transformación de un sector urbano consiste en descubrir el sentimiento mayoritario de la población con respecto a la dimensión y a los limites de su barrio.

Con frecuencia se confunde el barrio vivo y real con las jurisdicciones administrativas que, en Buenos Aires, se definen como barrios. En general, estas jurisdicciones constituyeron unidades socio-territoriales en épocas pasadas, pero hoy resultan demasiado extensas por efecto de la conurbación y del incremento de la densidad poblacional. Las jurisdicciones funcionan todavía como áreas administrativas para la provisión de servicios a infraestructura urbanos (policía, sanidad, correo, teléfonos) pero ya no se corresponden con la noción del barrio real.

¿Que significación tienen los límites barriales? ¿Es el barrio una ciudad interior? ¿Debemos preservar sus límites o hay que homogeneizar la ciudad como una sola comunidad?
Las respuestas dependen de la consideración del rol del barrio en la ciudad. El barrio configura un sector funcionalmente diferenciado del resto de la ciudad, pero no es autónomo. Podría definirse come un subconjunto urbano, un módulo del espacio social que, como ya hemos señalado, constituye la mayor escala socio-territorial que el habitante urbano reconoce come propia, en cuyo seno puede actuar y opinar en forma personal y sin necesidad de delegarse en representantes como ocurre en las escalas mayores.
En al ámbito barrial, el habitante dialoga y formula sus opiniones ante sus propios vecinos. Es la escala urbana en la que puede florecer la democracia participativa.

¿Cual sería el motivo para proponer su desvanecimiento? ¿Para qué borrar los limites barriales si la integración de la vida colectiva, el sentimiento de identidad y el ejercicio de la democracia son los grandes objetivos de la vida urbana?

Si la conformación de la ciudad en barrios estructura la vida colectiva, los barrios deben ser cuidadosamente conservados. La actividad barrial merece ser reforzada y los sectores urbanos que han quedado marginados de una pertenencia barrial, deben ser integrados a barrios existentes o estructurados en nuevas unidades barriales.

Forzar la extensión del tejido social, debilitar las centralidades preexistentes con la construcción de nuevos centros, o diluir los limites barriales, son prácticas proyectuales que destruyen el espacio comunitario y desestructuran la vida social. El descuartizamiento del cuerpo urbano en barrios autónomos, tanto como la dilución de la vida comunitaria en una única multitud significaría la destrucción de la vida urbana.

No debe minimizarse el vinculo funcional del barrio con la ciudad.
No existe antagonismo alguno entre ambas escalas. La identidad colectiva se nutre en los dos niveles. Hay una identidad barrial, similar a la del terruño y hay una identidad urbana, que define una escala mayor de pertenencia. Cuando se opera proyectualmente sobre la ciudad se incluyen ambos objetivos: integración de la vida barrial y fluidez de los vínculos con la ciudad. Integración social a identidad hacia adentro y conexión funcional hacia afuera, son los criterios principales para la inserción del barrio en el contexto urbano.
En la escala vecinal las objetivas hacia adentro se resumen en el enriquecimiento de la espacialidad y el completamiento de las actividades colectivas, especialmente del abastecimiento diario y la recreación infantil. Hacia afuera consisten en incluirse con claridad en los datos ambientales y culturales que definen la identidad del área barrial en su conjunto.

Cuando se trabaja en la escala del barrio o de su centralidad, los objetivos para adentro consisten en clarificar la identidad, proveer al máximo de equipamientos, reforzar las actividades colectivas y acrecentar el poder de convocatoria del centro. La escala barrial, a diferencia de la vecinal, permite caracterizar el área central implementando cambios en la circulación vehicular, siempre que no comprometan el tránsito pasante que conduce al resto de la ciudad pero, especialmente, permite considerar una eventual peatonalización del sector más significativo del área central.
El aporte barrial a la ciudad, se acrecienta en la medida en que se particulariza su identidad y se intensifican sus actividades más características. La puesta en valor de las particularidades barriales enriquece y aporta a la ciudad ámbitos de interés y de paseo para toda la población.
Hacia afuera habrá que perfeccionar el empalme con la trama urbana, remarcando los principales puntos de acceso para jerarquizar el ingreso al área. Si los límites resultan difusos, conviene reforzarlos mediante tratamientos, marcas y símbolos recordables.
Estas consideraciones sirven para examinar una cuestión habitualmente debatida en los equipos de proyecto: la conveniencia de construir equjpamientos colectivos sobre los limites del área proyectual, para promover la integración social con el entorno. Cuando se actúa sobre un barrio socialmente configurado este criterio es negativo, porque debilita la identidad barrial y la significación del centro preexistente, además de introducir un factor confusional en el sistema de vínculos preestablecidos. En cambio, puede ser muy efectivo cuando se trabaja sobre las áreas periféricas de dos barrios adyacentes que, en su crecimiento indiscriminado, han quedado demasiado distanciadas de sus centros barriales. En este caso la construcción de un centro nuevo puede dar origen a una nueva comunidad barrial. Para configurarla, las líneas limítrofes deberán integrarse a la trama interna, habrá que buscar en la construcción preexistente pautas para un repertorio morfológico común a ambas áreas. Mediante la implantación de nuevas marcas y símbolos y la unificación de los pavimentos, la forestación y la iluminación se podrá caracterizar el área central.

Puede producirse la situación inversa, cuando la expansión potente de un barrio hace necesario defender la integridad del barrio vecino. En esta coyuntura los recursos proyectuales se utilizan para incrementar el poder demarcatorio de los límites comprometidos y para reforzar la vitalidad del área central.

2. Inserción de los edificios en el espacio social. La arquitectura-ciudad.

¿De quien es al exterior del edificio, de su dueño o de los habitantes de la ciudad? La actitud conque los arquitectos se posicionan ante este interrogante, define su vocación por alentar, desde el campo proyectual, una conciencia de la vida colectiva. Nos referimos a la cuestión social que subyace en todo proyecto de arquitectura.
Con la propuesta de una arquitectura-ciudad no estamos cuestionando, vale señalar, los valores de la buena forma ni la poética arquitectónica. Está fuera de discusión que una arquitectura calificada supone una experta formalización. La cuestión consiste en qué contenidos formalizar.
Podemos identificar dos enfoques para analizar al aspecto exterior de un edificio. Wladimiro Acosta, un racionalista, concebía la fachada como una membrana de carácter orgánico que, igual que nuestra piel, relaciona adecuadamente el interior y el exterior del edificio, permitiendo establecer las relaciones mas convenientes en relación al clima, las visuales y la seguridad. Esta es la formulación del primer enfoque. El segundo se refiere a la cuestión contextual y desarrolla la idea de que la fachada pertenece a la envolvente del espacio colectivo, por lo que debe establecer relaciones armónicas con el entorno.
Estas consideraciones no abarcan, sin embargo, todo el significado del concepto de arquitectura-ciudad. En la arquitectura privada la cuestión principal radica en el vínculo dal edificio con su entorno, pero tratándose de los equipamientos colectivos, cabe preguntarse primero si lo que vamos a proyectar es un edificio o un sector de la ciudad. En esta dirección, estamos abordando la cuestión de si la arquitectura está en la ciudad, o parafraseando a Rossi, si hace la ciudad.
Si estos interrogantes se formulan referidos ,exclusivamente a la forma urbana, es decir a las vivencias del habitante come espectador, seguiremos sin abarcar al tema de la arquitectura-ciudad. El enfoque morfológico no resulta suficiente pare comprender una arquitectura que se plantea como espacio social, porque excluye la cuestión esencial del papel de la proyectación para conformar espacios significativos, no sólo por lo perceptual, sino por lo apropiables, por su capacidad de contener y estimular la producción de vínculos sociales y de actividades colectivas.

Oriol Bohigas, en su libro Once Arquitectos enuncia, al referirse a la obra de Herman Hertzberger, tres maneras de comprender la arquitectura-ciudad: la primera se corresponde con la imagen de un edificio despegado dal piso, que no interfiere la fluencia del espacio urbano que transcurre por debajo. Su expresión más clara se visualiza en la`imagen corbusieriana del edificio sobre columnas.
  
En la segunda, la ciudad penetra en el edificio y transfigura el espacio interior, como lo ejemplifica la arquitectura de Hertzberger cuando, al utilizar los repertorios del espacio urbano en el interior de sus edificios, los convierte en sitios de la ciudad.
La tercera manera concibe al edificio como una estructura urbana, a la manera de Van Eyck, estructurando una arquitectura donde los ámbitos privados se engarzan en un continuo de espacios colectivos, organizados con respecto a una centralidad. Esta descripción tiene puntos de contacto con la arquitectura de Louis Kahn.
Los tres conceptos señalados por Bohigas son compatibles y hasta complementarios. De su integración pueden originarse ideas arquitectónicas de fuerte carácter espacial y gran eficacia social. En su conjunto, señalan los enfoques posibles para la estructuración especial y la elaboración de repertorios proyectuales para la arquitectura-ciudad. Instrumentalmente, dos cuestiones esenciales se refieren a resolver la secuencia entre al espacio urbano y al arquitectónico, en el plano de su percepción visual y en el de las actividades que se desarrollan fuera y dentro del edificio.
La primera se refiere a la contextualización morfológica. La segunda, a la espacialización de las secuencias de uso, que comienzan con la aproximación al edificio, incluyen las actividades propias del ingreso y se continúan en la circulación y los lugares de uso colectivo del espacio interior. Todos estos ámbitos configuran un continuo que forma parte del espacio social de la ciudad.
En los edificios de uso colectivo no existe un corte cualitativo entre las actividades previas y las posteriores a la puerta de entrada. Lo mismo puede decirse de la secuencia circulatoria posterior, de las áreas de estar y de otras de uso compartido, como la biblioteca, el bar, o el salón de actos, que representan un sector muy considerable de cualquier edificio de use colectivo.
En la propia arquitectura privada también existen ámbitos compartidos: el sistema circulatorio, ante todo y también otros, como el salón multiuso, las terrazas que, si bien no están abiertas al uso público, son colectivos respecto del conjunto de sus habitantes y tienen una significación más próxima a lo público que a lo privado.

Hay quienes objetan el carácter arquitectónico de estas cuestiones, aludiendo a que la habilitación del edificio al uso colectivo y por ende la continuidad de usos con el espacio urbano, no pasan de ser cuestiones administrativas, porque si al director de una escuela decide habilitarla al uso del vecindario, es él quien establece el carácter social de las actividades del edificio. Sin embargo, desde el enfoque de la arquitectura-ciudad, los criterios proyectuales y los repertorios utilizados para diseñar el edificio hubieran sido diferentes, empezando por la propia puerta de entrada.
¿Cuál es el significado de la palabra entrar aplicado a un edificio del equipamiento colectivo? La puerta de entrada, en este caso, ¿articula dos ámbitos colectivos o representa el limite de lo prohibido, el señalamiento del área vedada?
La connotación que habitualmente se adjudica a la puerta de entrada, se identifica más. con la segunda opción que con la primera. Por lo general, la puerta de entrada funciona como una válvula selectora. Su mensaje de segregación es natural y coherente para el espacio de propiedad privada, pero no para los equipamientos colectivos donde, justamente, el ingreso representa un momento intenso de socialidad. Donde en la arquitectura privada termina lo público y comienza lo privado, en los edificios de uso colectivo se resuelve la continuidad significativa de lo interno con lo externo.
El carácter selectivo de la noción de entrada caracteriza a los edificios de equipamiento destinados a los estratos superiores, porque el servicio es vendido y queda vedado a quien no pueda comprarlo. En este caso, la arquitectura de servicios, coincide en sus objetivos con la arquitectura privada o la comercial. Por el predominio de la cultura emergente de la economía de mercado, esta connotación se ha incorporado indiscriminadamente a la noción de entrada. Cuando el proyectista la aplica en la arquitectura de los equipamientos colectivos, está inhibiendo, inadvertidamente, la apropiación del espacio social por la población y sustrayendo de la conciencia colectiva ámbitos que legítimamente le corresponden.
En resumen, la decisión administrativa de permitir al vecindario el uso de la escuela, no disolverá el sentimiento de ajenidad con que el habitante registra el espacio detrás de la puerta de entrada. Cuando, mas allá de decisiones administrativas, la escuela fue concebida en continuidad con el espacio social, el habitante accede al espacio interior como a una parte de su hábitat, donde le resulta natural instalarse y desarrollar las actividades propias de la vida colectiva.
Un ejemplo muy claro de arquitectura-ciudad lo constituyen las viejas estaciones de ferrocarril (Constitución. Retiro) donde tanto el espacio como el público, fluyen libremente entre exterior e interior, transponiendo vanos de tal magnitud que quedan fuera de la percepción al producirse al ingreso. Aquí, la continuidad está intensificada por el tratamiento de los interiores resueltos con el mismo repertorio de las fachadas urbanas del edificio. El público no experimenta duda alguna respecto de su derecho a ingresar y permanecer en el sitio, y lo utiliza como a otros espacios de la ciudad. De hecho, en estos grandes espacios se desarrollan habitualmente diferentes formas de la actividad colectiva, como la cita y el encuentro, la feria y la asamblea política.
Se suele interpretar como opuesto al de arquitectura-ciudad el concepto de arquitectura-edificio, por su carácter objectual, y su tendencia a predominar sobre el entorno.
Sin embargo, la búsqueda de diferenciación y predominio no siempre es opuesta a la idea de arquitectura-ciudad. Un edificio trascendente por su significación social no debe mimetizarse con el entorno, porque representa lo colectivo, simboliza a la comunidad y por lo tanto constituye un elemento predominante en la identidad del área.
Aunque los equipamientos colectivos forman parte del espacio social, requieren un carácter particular y diferente que los señale y jerarquice con respecto a la edificación residencial. El entorno se estructura y gana en significación cuando queda referido a un edificio principal de pertenencia social.
El proyecto del Teatro Argentino de La Plata ejemplifica este concepto. Un edificio diseñado como arquitectura-ciudad, muy penetrado por el espacio urbano, que ha sido planteado come un objeto escultórico, simétrico y monumental.
Este teatro, que reemplaza a un edificio muy significativo en la historia cultural de la ciudad de La Plata, destruido por un incendio en la década del '70, recupera para la ciudad toda la representatividad cultural del anterior. Al erigirse como figura en su entorno realza su propio significado y restituye uno de los hitos que estructuran el eje urbano platense. En este caso, el predominio constituye una actitud contextualizadora, donde remarcar un edificio significa estructurar el espacio colectivo.24 y 25
  
El concepto verdaderamente opuesto al de arquitectura-ciudad es el de arquitectura segregada, que se produce cuando la búsqueda del predominio se expresa como competencia con el entorno, al que se trata de convertir en marco de una arquitectura generalmente ampulosa y siempre excluyente, más allá de toda consideración contextual.


 

2.1. Los equipamientos colectivos y la arquitectura-ciudad

En el capitulo I hemos señalado la coexistencia de dos culturas urbanas: una minoritaria, elitista y poderosa y otra mayoritaria, popular y democrática. También hemos expresado que, si bien no se puede hablar de una arquitectura democrática, existe una arquitectura que espacializa las maneras de la vida democrática, as decir, una arquitectura para la democracia.
Autoritarismo y participación son las dos cuestiones que se enfrentan en el fondo de esta cuestión, que se corresponde en términos socio-políticos con al antagonismo existente entre las elites que defienden sus privilegios y las mayorías que tratan de acceder al bienestar.
En la cultura de elite, hoy predominante, las relaciones productivas se basan en al autoritarismo. Las relaciones democráticas, en cambio, se fundamentan siempre en la participación. Los espacios arquitectónicos que albergan ambas formas de vida social no pueden dejar de ser diferentes.

Los edificios del equipamiento colectivo suelen denominarse edificios públicos. La diferencia entre las expresiones colectivo y público no es gratuita. La primera remarca el concepto de los edificios de servicios en una sociedad democrática y la segunda en un estado conservador liberal.
En una democracia participativa las actividades colectivas son promovidas por el Estado y desarrolladas por la población, que participa tanto en la definición de los objetivos como en el ejercicio de la actividad. En la sociedad conservadora el concepto de servicio supone su venta como un producto terminado.
Aun cuando en una actitud asistencial hacia los sectores sumergidos el servicio se subsidie, no se altera en lo esencial: el servicio está predeterminado y al que se compra será mejor que el regalado.
El orden jurídico apoya al sistema de mercado. En al campo particular de los equipamientos sociales, el enfoque proyectual está condicionado por la idea de que el edificio es propiedad privada del Estado. Este concepto, que emerge del supuesto de que todo debe pertenecer a alguien, se muestra incongruente aplicado al espacio social porque lo público no puede ser privado. El Estado es, en realidad, administrador dal continuo indivisible del espacio colectivo.
Este equívoco, que surge de la idea de propiedad como un valor absoluto, tiende a concebir la arquitectura de los equipamientos colectivos come arquitectura segregada, dificultando la materialización de una arquitectura entendida como espacio social.
No conocemos que existan en nuestro idioma vocablos diferentes para nombrar un edificio privado y otro colectivo. Por eso si el proyectista no se ha detenido a considerar la cuestión, se guiará por los implícitos de la cultura dominante y planteará un edificio de servicios como si fuera privado y aunque se trate de servicios dedicados a la socialidad, el resultado estará mucho más cerca de un "prohibida la entrada" que de "este lugar es de todos". Desarrollar una arquitectura entendida como espacio social, implica enfrentarse a factores culturales y prejuicios que no conciben la apropiación del espacio colectivo por sus habitantes.

¿Cómo se fundamenta que un edificio público deba quedar constreñido en un lote de propiedad pública y no pueda, por ejemplo, extenderse un puente sobre la calle pública para quedar apoyado en la plaza de enfrente, también pública?

Todos estos espacios, lote, edificio, calle y plaza forman parte del espacio social.
Supongamos que se trate de una escuela o de una municipalidad. El edificio y la plaza se activarían mutuamente al constituirse una secuencia de espacios exteriores a interiores cubiertos y descubiertos, que complementan sus servicios e intercambian sus habitantes. El edificio reforzaría la plaza y la plaza se prolongaría en el espacio colectivo del edificio. Para concebir esta situación óptima no es necesario un cambio de fondo de la legislación sobre propiedad del suelo, sino colocarse en un ángulo diferente para poder visualizar que los espacios de la comunidad no son edificios tradicionales.

La modificación del marco jurídico para posibilitar este encuadre resultará de inestimable valor para enriquecer la espacialidad urbana e intensificar al uso del espacio social. No se trata de perseguir utopías. Ni estas rémoras jurídicas cumplen un papel ordenador, ni la fusión de los edificios colectivos con el espacio social afecta poderosos intereses económicos. Se trata de discutir una coacción innecesaria que, quizás inadvertidamente, obstaculiza la configuración de un espacio social más ameno y funcional.

2.2. La vivienda y la arquitectura-ciudad

La cuestión del ingreso tiene una significación especial en el tema de la vivienda. El ingreso cumple habitualmente el rol de un área para comunicarse y permanecer, transición y vínculo entre el espacio familiar y al espacio social. En la vivienda espontánea, dondequiera el clima lo permite, al lugar de entrada esta preparado para permanecer, equipado con asientos y alguna protección climática.
En la vivienda urbana individual, al ingreso cumple al doble rol de primera escala de asociación, el más pequeño de los ámbitos urbanos de uso colectivo y de expansión del ámbito familiar, especialmente para las actividades del estar que, justamente, se desarrollan a ambos lados de la puerta de entrada. En nuestro país esta situación toma la forma de galería, zaguán o patio de entrada.
En la vivienda colectiva el área de ingreso asume la misma significación, constituyendo un nivel de asociación muy utilizado por los sectores populares y medios de la población. El sector de entrada, antes y después de la puerta, y el ámbito de espera de los ascensores en planta baja son los lugares característicos. Ambos constituyen espacios de permanencia, propicios para al establecimiento de vínculos sociales primarios. Toda la trama circulatoria de la vivienda colectiva, desde la calle hasta la puerta de las unidades, se puede asimilar a la noción de espacio social. Cada uno de los ámbitos de esta secuencia admite una reinterpretación urbana: el hall, como área ampliada y protegida de la vereda; los ascensores, como vehículos colectivos de transporte vertical; los pasillos, como veredas elevadas, y las escaleras, especialmente en los edificios sin ascensor, como esas veredas escalonadas que abundan en las poblaciones de terrenos escarpados.
No se trata de un juego ilusionista, donde las cosas parecen lo que no son. Estamos sugiriendo un modelo proyectual teórico para la vivienda colectiva, propio de la arquitectura-ciudad y con múltiples referentes construidos.
La historia de la arquitectura registra muchas ejemplos donde se accede a los niveles elevados del edificio mediante escaleras exteriores de carácter urbano. Las circulaciones horizontales en altura, tratadas como calles aéreas, han sido planteadas con frecuencia por los arquitectos del Movimiento Moderno y cuentan con numerosos antecedentes construídos. En diversas partes del mundo se utilizan ascensores públicos (Lisboa, Bahía, Valparaiso) como solución colectiva a las dificultades topográficas del lugar. Para usar estos ascensores debe abonarse boleto, como en el transporte público tradicional.32
Reflexionando sobre estas afinidades se puede imaginar una propuesta límite donde la arquitectura se funde con la ciudad, transfiriéndole las áreas colectivas del edificio. La imagen es la siguiente: un par de grandes ascensores y una escalera en cada esquina vinculan verticalmente una sucesión de veredas que se superponen en altura y que se ensanchan en la llegada de los ascensores, constituyendo esquinas elevadas, tan propicias para la asociación come lo son las esquinas tradicionales.
La distancia entre ascensores es mayor que la habitual, lo que no constituye defecto al convertirse en un recorrido urbano, y a cambio se asegura una mayor vitalidad social para los ámbitos esquineros. Los ascensores se convierten en vehículos públicos. Desde el objetivo de promover la asociación densificando la convergencia hacia los ámbitos de parada, será coherente disminuir el número de ascensores y aumentar su capacidad. Un minuto de espera no representa inconveniente en la escala urbana. Con el mismo criterio se podrá disminuir a la mitad el número de paradas, utilizando peatonalmente las escaleras para salvar medio nivel.

En esta concepción urbano-arquitectónica, la construcción del sistema circulatorio se convierte en obra pública, asimilada a la red urbana de circulación. Los edificios, reducidos a un mero agrupamiento de viviendas superpuestas, se construyen a posteriori, conectando las unidades con los distintos niveles de vereda mediante sus ámbitos tradicionales de ingreso.
Los gastos centrales se incorporan al concepto de tasas municipales.

 

 



2.3. Algunos criterios metodológicos para el proyecto de la arquitectura-ciudad

¿Cómo se aborda el proceso proyectual de un edificio entendido como espacio social?
Analizaremos instrumentalmente tres cuestiones atinentes a la arquitectura-ciudad: los programas arquitectónicos, la estructuración del espacio y la puesta en contexto.

- 2.3.1. Los programas arquitectónicos: la idea principal consiste en completar el listado de las actividades colectivas compatibles con el tema, estableciendo un criterio de riqueza programática que incluirá actividades de todo tipo, espontáneas y sistemáticas, periódicas y ocasionales, siguiendo al mismo criterio metodológico desarrollado en el capítulo anterior para los programas del espacio social.
La especificación de los ámbitos incluye la fundamentación de cada actividad, sus requerimientos dimensionales y una caracterización ambiental, sustentada en el perfil cultural de sus futuros usuarios.
Este perfil incluye referencias al espacio vivido, que servirán para orientar al repertorio morfológico hacia una imaginería que resulte comprensible.
El programa incluye actividades para al entorno urbano, que acompañaran a la propuesta proyectual para ser implementadas o codificadas por el gobierno municipal y los concejos vecinales.

- 2.3.2. La estructuración espacial: la cuestión radica aquí en el maneje proyectual de los espacios en afinidad con la noción de arquitectura-ciudad.

Resumimos aquí cuatro ideas principales:
a) Establecer continuidad, como fue expresado anteriormente, entre las áreas previas y posteriores al ingreso, diluyendo las barreras demarcatorias.

b) Organizar los ámbitos requeridos por al programa empezando por vertebrar los espacios comunes, estructura a la cual se conectarán los espacios especializados.
La estructura vertebral se inicia en los espacios del entorno y culmina en los ámbitos colectivos que configuran la centralidad del edificio.
Esta centralidad puede consistir en un espacio principal, como el patio central de una escuela primaria, o en un conjunto complejo de espacios protagónicos, como sucede en un centro cultural de escala metropolitana.
Suelen aparecer contradicciones entre el objetivo de promover la continuidad del espacio colectivo y la necesidad de mantener bajo control la seguridad del edificio.
Esta cuestión resulta particularmente vigente en la actualidad. Estamos atravesando una etapa convulsiva del devenir social, donde las violentas crisis de adaptación producidas por el cambio continuo y la obsolescencia de los valores tradicionales son potenciadas por las injusticias del poder económico, que atraviesa un momento salvaje de indiferencia social. En esta realidad se generan actos vandálicos y reacciones violentas de todo tipo, que obligan a que, en ciertos horarios, especialmente durante la noche, resulta necesario vedar el ingreso de público a los equipamientos colectivos. En la arquitectura-ciudad se recurre al uso de cerramientos transparentes, rejas o vidrios que, aunque clausuren el acceso, mantienen la continuidad perceptiva entre el espacio interior y el entorno urbano. Este recurso, utilizado desde siempre en ámbitos públicos como las estaciones de subterráneos, las plazas cercadas y los patios vecinales de juego, asegura la protección de los equipamientos y es aceptado por la población que, en líneas generales, comparte la necesidad de su uso.
Tambien se utilizan an sectores internos del edificio, para controlar el acceso a ciertos lugares que funcionan con horarios diferenciados.
Si el conjunto de estos cerramientos está bien ponderado y se utilizan con claridad cuando y dónde resultan necesarios, se logra compatibilizar la integridad del espacio social con la responsabilidad administrativa de las personas encargadas de su cuidado.

c) Activar al nivel 0 con la mayor cantidad posible de actividades colectivas. Una lectura analítica del programa permitirá diferenciar y desglosar estos ámbitos.
El nivel 0 es el nivel natural del espacio social. Los ámbitos y las actividades ubicados en el nivel 0 son proclives a establecer continuidades con el espacio social, circunstancia que facilita su apropiación por los habitantes.
Cuando nos referimos al nivel 0 estamos incluyendo, no sólo el plano natural del terreno, sine todos los niveles conexos de fácil acceso peatonal. Estos niveles, que constituyen una extensión del suelo urbano, involucran las espacios ubicados hasta aproximadamente cuatro metros por encima y por debajo del nivel de vereda, altura que puede duplicarse si se utilizan escaleras mecánicas.

d) La densificación de las actividadas en el nivel 0 se perfecciona con su ubicación preferencial sobre la línea de fachada, para intensificar los usos y los flujos entre la calle y el espacio interior.
Las actividades más alimentadoras de la vida de la calle son aquellas que se expanden hacia afuera. Es el caso del uso de la vereda por los cafes, los kioscos y los comercios que exponen sus mercaderías en la vereda. El objetivo consiste en obtener fachadas vivas, concebidas no como planos tratados arquitectónicamente, sino como franjas de actividad extendidas hacia ambos costados de la línea de frente.
Las áreas del programa menos proclives al uso colectivo se remiten a los niveles más distanciados de la vereda. Es deseable, sin embargo, que estos espacios establezcan vínculos de balconeo con los ámbitos del nivel 0, porque su presencia enriquece al espacio colectivo aportando vivacidad al permitir, no sólo relaciones visuales con el plano 0, sino también la posibilidad de dialogar en vertical.

2.3.3. Inserción morfológica: desde un criterio más operativo, volvemos a señalar dos caminos principales para plantear la arquitectura-ciudad: el espacio pasante y la adecuación contextual de la masa construida.

a) El espacio pasante constituye la pauta morfológica de mayor fuerza integradora y también la más difícil de lograr. El espacio urbano atraviesa la masa perforada del edificio y lo entrelaza con la imagen del entorno. Nos estamos refiriendo no a la continuidad ambiental interior-exterior, sino a la perforación de los volúmenes y a la transparencia de la masa construída, para obtener una visión simultánea del edificio con el paisaje urbano Cuando esta búsqueda resulta lograda, el edificio queda imbricado con su entorno, como una imagen calada, sobreimpresa sobre la ciudad.
   
b) Como hemos señalado, la cuestión contextual implica, ante todo, evaluar el posible predominio del edificio sobre el entorno cuando su significado lo justifica, o resolver su integración homogénea cuando se trata de completar el tejido residencial. -
En el primer caso el predominio debe contribuir a la organización perceptiva del área con el criterio de un enriquecimiento armonioso de su espacialidad. En el segundo caso, conviene remarcar las diferenclas entre homogeneización y mimetismo porque la idea consiste en establecer afinidades con los aspectos morfológicos que definen el entorno, pero incorporando nuevas situaciones desde una arquitectura amena, expresiva y poética.
El mantenimiento de la altura predominante suele presentar dificultades cuando se debe incrementar la densidad habitacional.
En este caso es irrenunciable mantener la altura de las fachadas sobre la línea de frente, recediendo fuertemente los volúmenes más elevados.

La cuestión contextual debe ser afrontada con decisión por los códigos municipales desechando las pautas que emergen de la arquitectura segregada, para no repetir lo ocurrido en alguna oportunidad en la Capital Federal cuando fueron prohibidos los basamentos de los edificios de altura, precisamente el mejor recurso para insertar una masa elevada en un contexto bajo.

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