Carnaval en Viareggio
Arq.
Sergio Zicovich Wilson
Hay celebraciones
que están mal ubicadas, sea en el lugar, sea en el almanaque, sea en ambos.
Por ejemplo, la navidad en el hemisferio Sur.
La navidad queda bien en invierno. No viene al caso meterse en detalles
acerca de su origen solsticial ni en la teorización apostólica romana
sobre la tradición celebratoria noreuropea (herético-protestante) y la
mediterránea. Es, simplemente, que la navidad contemporánea es una nota
que armoniza con el tono del invierno. Contrariamente, el año nuevo va
mejor con el verano. En verano la sangre se apura, las pasiones son más
vehementes, la naturaleza está a mil y las mujeres casi desnudas. El verano
pega con la idea de renovación, de revitalización. Tener las vacaciones
de verano -las verdaderas, las de recarga de pilas- a mitad de año como
en el hemisferio Norte no deja de ser, por inevitable, medio aberrante
y perverso.
Días atrás tuve la oportunidad de estar un domingo en el carnaval de Viareggio.
No es el “number one”, pero pelea el 2° puesto de Italia lo que, detrás
de Venezia, no es poco. Una encantadora fiesta popular. Muchísima gente
-de la Versilia y de comarcas no tan vecinas- llegaba y yiraba por la
zona del festejo con genuina alegría. Familias enteras ridícula y desenfadadamente
disfrazadas (disfraces más populares: mamelucos de leopardos o tigres
-talles mamá, papá y cachorro- y de magos -modelos Gandalf y Harry Potter),
fanfarrias que representaban a distintas localidades marchando ordenadamente
y un desfile de carrozas bellas e ingeniosas -algunas- y espectaculares
-casi todas. Ningún exceso ni desenfreno. Lo mas zarpado que me tocó ver
fue un gordo de barba hirsuta que, blandiendo uno de esos martillos de
plástico y poniendo cara de atorrante, repartía delicados mazazos que
sonaban a campana contra las cabezas.
Al tipo –que parecía un Vulcano afeminado (aquí finocchio)- se lo veía
divertidísimo y los "damnificados" le retribuían con gestos cómplices
o desganados, pero siempre correctos. Hasta los senegaleses que venden
mercadería trucha -fundamentalmente CD's- (aquí los llaman vucumprà por
su forma de pronunciar vuoi comprare?) permanecían serios y quietos. Africano
por africano, parecían más bien del linaje de Tutankamón. Evidentemente,
el frío aquieta no sólo a las moléculas y la música que acompañaba desde
los altoparlantes –mix inefable de pop livianito con polca y tarantella-
era leña húmeda en comparación con el poder incendiario de, por ejemplo,
el samba o la murga.
Me parecía estar en un desfile militar... pacifista. Marcha, banda y disfraz,
aunque sin fierros.
Disparaban... con espuma y papel picado y nada de pomos o bombitas: el
chorro se congelaría en el aire y una bombita o un baldazo equivaldría
a una ejecución sumaria.
La semana anterior había estado en Borgo a Mozzano. Grandes cartelones
anunciaban, para el Domingo 23, Autentico Carnevale Braziliano. Hay que
ver lo que es Borgo a Mozzano. Un pueblito medieval ínfimo, apenas más
que un caserío, a los pies de un monte de más de mil metros en las estribaciones
del Abetone. Es tan de postal que parece escenografía y las viejas bigotudas
que barren las veredas cubiertas con esas chalinas negras sólo pueden
ser actrices contratadas por la oficina de turismo local. La avenida principal,
la más ancha, no supera en mucho los tres metros y un sol pálido y demasiado
ladeado al sur apenas consigue -gambeteando muros, aleros, balcones y
pilcha colgada- lamer algún que otro adoquín sólo entre la 1.00 y las
2.00 de la tarde.
¿Alguien en su sano juicio puede imaginarse a una escola de mulatas en
bolas sacudiendo desenfrenadamente sus redondeces en ese contexto?
No hay caso, ésto no es carnaval. ¡Y no me vengan a “interpretar” resentimiento
sudaca o soberbia argentina! Nada que ver. Por el contrario, reitero que
Viareggio me pareció una hermosa fiesta popular. Pero no era carnaval
de veras. Aprovecho que este opusculo carece –felizmente- de “exigencias
académicas” y doblo la apuesta: el carnaval europeo no es carnaval. “¿Cómo
puede deducir tal afirmación de una sola referencia empírica?”- objetarán
los cientificistas. Ninguna deducción (¡Fuck you, Descartes y CONEAU!),
pura inducción: el carnaval europeo no es carnaval porque el carnaval
no puede ser en invierno. Eso es, en el fondo, lo que intuyeron los de
Borgo a Mozzano y pretendieron subsanar ingenuamente acudiendo a la magia
evocativa del adjetivo “Braziliano”. “¿Y el sentido de las saturnalia?”,
retrucarán los mitologistas. ¿Qué le va a hacer, amigo Sabugo? A veces
los ritos permanecen mientras los mitos van cambiando. Al igual que esos
suecos que -hartos de décadas de cagarse de frío- dejan atrás familia,
historia y tradiciones y se largan a hacer la del lagarto en Mykonos,
Ibiza o el Caribe, ahora Momo es hijo –ya que no genético, putativo- de
Estío.
“Con todo respeto, Don Saturno, quejas y reclamos por ventanilla de jubilados”.
Zicovicci (detto "il Seryio")
Lucca, febrero de 2003 Arq. Sergio Zicovich Wilson
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